domingo, 24 de junio de 2007

Esto no tiene nombre

Llegaste hace poco, muy poco. Ni siquiera saludaste y ya estabas sentada frente a mí, con esa cara de preocupación que tanto me intriga. Sé a lo que vienes, pero no diré una sola palabra. Dejaré que hables. ‘Di algo’, pienso. ‘Dilo ya’, me retuerzo. Nunca logré entender esa manía que tienes por ponerme nervioso, o más. ‘¿Me quieres?’ acabas de decirme. Te miro y no sé cómo decirte que sí, una vez más. Que siempre podrás tenerme contigo, que si pudiera vivir dentro de ti, lo haría. Que quisiera ser tú cada vez que tienes un problema, pues nadie te supera en fragilidad. Hoy te quiero más que nunca, desde el momento en que entraste por mi puerta con ese rostro preocupado. Vuelvo a mí. Te veo inquieta, realmente me desesperas. Te das un par de vueltas, aún no entiendo por qué no dices lo que viniste a decirme. Dilo, y dilo ahora. Vuelves a sentarte, me miras, pero no dices nada. Deja de mentirte, sé que piensas en otra cosa para decirme y así despistarme. No lo hagas. Simplemente dilo. No quiero, pero empiezo a molestarme. Siempre haces lo mismo. Lo peor de todo es que siempre dejo que esto ocurra. Si lo haces, prometo no hablarte en mucho tiempo, igual que la última vez. Ahora te lo suplico, por favor dilo, no cuesta, sólo hazlo. Ambos cometimos un error, es cierto, y seguiremos cometiéndolo, así somos, no cambiaremos. Ahora te detienes, me miras y no, no puedes. Si pudiera sacarme los ojos en este momento lo haría, esta escena no tiene drama, nada ocurre. Algo pasa entre tú y yo que no estamos siendo capaces de conversar las cosas. Hace mucho tiempo dijiste que pensabas lo mismo que yo, y que intentaríamos remediarlo. Lo dijiste y nunca cumpliste. Menos yo. Te paseas por la pieza, observas por la ventana. Eres tan obvia. Patéticamente obvia. Pero te amo, y no sabes cuánto te entiendo. Vienes decidida, ¿dirás, si? Vas hacia la puerta, y otra vez has hecho lo mismo. Puedo creerlo, y no me sorprende. Me decepciona. ‘Baja, te esperan a almorzar’. Asiento. Bajas las escaleras y yo bajando la mirada. Eres asombrosa. Eres más de lo que muchos creen. Pero nunca mamá, nunca aprenderás a pedirme perdón.